Época azul: la exploración como vía de expiación
Las obras de Picasso de la época azul han sido alabadas con consenso por la maestría del artista para adentrarse en el alma humana y desvelar las emociones más desconcertantes que le son inherentes. El marco, un monocromatismo intenso y contrastado.
Habitualmente, hablar de esta época creativa implica hacer un análisis frecuentemente restringido a los límites gráficos e históricos, en el que se aglutinan obras de juventud producidas entre 1901 y 1904.
Sin embargo, la inclinación de Picasso hacia el cromatismo azul y la atmósfera melancólica se debe, no sólo al deseo de experimentación, sino también a cierta necesidad de expiación y de autoanálisis. La evocación de la soledad y de la fragilidad vital en sus obras es una vía para canalizar, inicialmente, la abrupta muerte autoinducida de Carles Casagemas (1880-1901), amigo de profesión e inmerso en un arriesgado entramado amoroso.
Asimismo, el marco en el que se configuran las obras de la época azul (próximo al fin del siglo XIX y paralelo a los inicios del siglo XX) es coincidente con la gestación de un movimiento de sólido peso estético: el Simbolismo. El arte se convierte en un recurso que debe librar el hombre del materialismo burgués; es una reacción contra el naturalismo y el realismo imperantes.
El simbolismo, esencialmente la poesía simbolista que se gestaba entonces (Baudelaire, 1821-1867; Rimbaud, 1854-1891; o Verlaine, 1844-1896, entre otros), reviste los motivos representados con altas dosis de sensibilidad y de misticismo. Toma cuerpo la representación metafórica, la lírica, la espiritualidad y la simbolización sugestiva.
Así, un jovencísimo Picasso penetra en el estimulante mundo de la bohemia francesa en París, en 1900. El entorno vibrante, brillante, rico en experiencias sensoriales y en excesos, le permite iniciar una ruptura con el academicismo. Seducido por los contactos con las corrientes vanguardistas, Picasso se zambulle en el mundo de la experimentación (Gual, M.; Vallès, E.; 2014).
El rechazo a la rigidez le conduce a un espacio de estimulación intelectual, donde profundiza, de manera particular, en el realismo social, y se introduce en el estudio (jamás estricto ni inflexible, pero sí impecable) de la esencia humana en toda su complejidad.
La habilidad de Picasso para captar los matices humanos con prosaico detallismo y ferviente crudeza, sin piedad, en un juego de análisis y deformaciones osado, le permite prescindir de detalles superfluos para revelar las profundidades del alma. Sin embargo, esta predilección para con la naturaleza humana no es solamente exclusiva de la época azul. Es palpable en toda su producción, desde los autorretratos psicológicos a las representaciones de la frenética vida urbana en Barcelona.
Nuevos motivos pictóricos en la búsqueda de la esencia humana
A su regreso a Barcelona, Picasso se entrena, también, en el retrato de quienes viven sobrecogidos, de los angustiados y los desamparados, de los marginales sociales, de las almas atormentadas.
Estos intereses pictóricos, indisociablemente personales, transmutan progresivamente hacia representaciones de personajes tabú. La pintura actúa al servicio de la representación social más singular, inmersa en constantes cambios temáticos y cromáticos. Sin renunciar al brillo poético propio del artista, estos cambios y representaciones ilustran la perfecta confluencia entre melancolía y serenidad.
Visiblemente en la época azul, pero también en las consiguientes etapas de renuncia al academicismo, la desvinculación que Picasso ostenta de la estética efímera, sin propósito, supone una »desintegración y reordenación del yo» (Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana; 2001) que es únicamente entendible como consecuencia de la exploración personal y de la conciencia genuina de las crisis del »yo ».
Picasso y Palau i Fabre: ‘animales’ en busca de la verdad humana
Josep Palau i Fabre (1917-2008), poeta, ensayista y dramaturgo, deviene un leal analista, amigo, y reivindicador de la obra del pintor y de su genialidad. La simultaneidad entre su devenir literario y el descubrimiento de las obras de Picasso nutren la obsesión de conocerlo (Vallès, E .; 2019).
Palau i Fabre remarca la magnitud de la vida y de la obra de Picasso, ineludiblemente indisociables, marcadas por un humanismo integral y por la habilidad inequívoca del pintor cuando se trata de reflejar la condición humana. El poeta, influenciado literariamente por la obra y el espíritu picassianos, reivindica la concepción del hombre entendido como el individuo que debe »desentrañar las verdades humanas profundas». El hombre es »el animal que se busca a sí mismo» (Institució de les Lletres Catalanes; 2017), y Picasso sabe encontrarse y reencontrarse en una prolífica creación y una enérgica actitud vital.
La investigación, la revuelta, la desintegración personal, la denuncia, y la renuncia al estancamiento son estrategias clave en el rico proceso creativo de ambos artistas. También lo son la autenticidad de la personalidad y la actitud de revuelta contra la hipocresía social y la sensación de desamparo que los estereotipos agonizantes pretenden inducir.
En la obra Doble ensayo sobre Picasso (1964; citada en Vallès, E .; 2019), Palau i Fabre insiste en el innegable corte humanístico que impregna las creaciones picassianas: humanidad y plástica se mantienen al servicio de una obsesión constante.
Picasso, afirma Eduard Vallès (2019), se cuestiona recurrentemente qué es el hombre. En busca de una respuesta aparentemente incierta, Picasso se sumerge en la diagnosis humana mediante el entrenamiento de diversos géneros pictóricos que circuncidan la figura humana. Esta figura es »entendida como tristeza, como pobreza, como enfermedad; en una palabra, como sentimiento » (Palau i Fabre; 1964; citado en Vallès, E .; 2019).
Los retratos de Picasso de la época azul son resueltos magistralmente en el marco técnico, en un proceso inicial. Este impulsa, en un segundo estadio, el intento de resolver las cuestiones incesantes que le ocupan.
Tabúes, dudas, angustia y muerte son parte de la vida
Uno de los aspectos más fascinantes y enriquecedores de la obra de Picasso en la época azul radica en la capacidad del artista de realzar la belleza genuina (sin pretensiones insustanciales ni retoques triviales) de las emociones y de las circunstancias humanas que se someten al constructivo juicio social.
El aprendizaje emocional que es posible extraer de sus obras es sumamente valioso: la vida es vida a consecuencia, también, de los estados más funestos que la constituyen.
La actual inclinación para rehuir incomodidades y renunciar a la incertidumbre (en favor del consumo indiscriminado de contenidos inmediatos y, a menudo, alienantes) reduce el hombre a cierta »cojera» emocional. Lo desprende de la capacidad de admirar, de sentir y de enfrentarse a las emociones que le atormentan.
En la obra La mujer de la cofia (París, 1901), Picasso se vale del óleo sobre lienzo para representar la figura de la mujer tabú. Desgraciada y cautiva, como las mujeres sometidas en las cárceles y en los hospitales sofocantes, conserva cierta esencia intacta. No muestra signos de »cojera».
La exclusión de todo fondo nítido en la obra es precisamente aquello que permite elevar el alma de la mujer, aparentemente desgarrada y enferma (la cofia nos revela su condición como enferma de sífilis), en algo mucho más fluido y profundo. Picasso impulsa la mujer al regreso de su esencia personal; la libera de sumisión y de exaltación. Neutra en sí misma, sensible y serena en la mayor de las desgracias, descubrimos en el interior de su mirada que, a pesar de la despersonalización a la que es subyugada, aún es dueña de sí misma.
Pablo Picasso. La mujer de la cofia. París, [otoño de] 1901. Óleo sobre lienzo 41 x 33 cm. Museu Picasso, Barcelona. Donación Jacqueline Picasso, 1985. MPB112750. Museu Picasso, Barcelona. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2021.
Las pinceladas marcadas y los trazos gruesos de pintura, con ciertas reminiscencias del arte de Van Gogh, enfatizan la robustez de la mujer. Imperturbable pese a las etiquetas segregadoras y los prejuicios opresores, emerge como ser humano completo y atemporal.
En Mujer muerta (Barcelona, 1903), Picasso retrata una mujer sin vida en un óleo magnífico. Aun habiendo sido desprovista del latido ferviente que la hace humana, rezuma emoción en su reposo.
Las visitas del joven Picasso al Hospital de la Santa Creu, inspiraron dicha creación. Allí trabajaba su amigo Jacint Reventós, »Cinto», con quien mantuvo una placentera amistad de marcada sintonía.
La muerte, como temática eterna que perturba y despierta la curiosidad del hombre, persigue a Picasso. Lo empuja a la representación de la crudeza humana, incluso cuando el ser humano ya ha traspasado los límites conocidos.
Pablo Picasso. Mujer muerta. Barcelona, 1903. Óleo sobre lienzo 44 x 34 cm. Museu Picasso, Barcelona. Cesión Fundación Picasso-Reventós. MPB112109. Museu Picasso, Barcelona. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2021.
Más allá de las míseras vidas de los personajes representados en su obra (ciegos, prostitutas, mendigos, pobres, enfermos, adictos); Picasso representa la muerte. Es parte insoslayable de su condición como artista, como analista, y, también, como ser humano.
El arte en tiempos de pandemia o como reintegrar »las sombras humanas»
La obra de Picasso, prolífica, inmensa y enérgica, halló, pues, en un mundo artístico alternativo, experimentado siempre bajo una mirada perfilada y sedienta, una vía de expiación para ilustrar las sombras, la crudeza y la naturaleza humanas.
En circunstancias de incertidumbre, como en la presente pandemia del Covid-19, emociones tan robustas y virulentas como la sensación de soledad y de vacío, el distanciamiento y el aislamiento, toman forma con furor. Desvinculados de la tarea de revisión y de análisis internos, atareados en la cotidianidad y sometidos a la rigidez personal y social, intimida adentrarse en las profundidades de uno mismo. Hacerlo, sin embargo, es una tarea que no dejará indiferente a nadie.
Los miedos, la pesadumbre, la angustia anticipatoria y el temor a la muerte no nos hacen más cojos ni vulnerables. Son parte de la existencia humana y nos permiten profundizar en una experiencia vital íntegra. No obstante, a menudo obstaculizamos este proceso en virtud de instaurar una representación calculada e imperturbable de nosotros mismos. Una estética inservible; aquella, precisamente, de la que Picasso escapa.
Siguiendo las aportaciones de Carl Jung (Zweig, C .; Abrams, J .; 1993), todo hombre contiene en sí mismo sombras y máscara social. Las sombras, como ilustra Picasso recurrentemente, integran una belleza que hay que realzar y aprender a mirar. De hecho, es precisamente la oposición entre la proyección social manufacturada y las sombras que albergamos cautelosamente aquello que provoca una fuerte colisión.
Es preciso integrar las sombras humanas, canalizarlas y explorarlas; esencialmente con mirada curiosa y con espíritu de experimentación. Siendo creativos, experimentando infinidad de vías de expresión, o deteniéndonos a deleitarnos con las creaciones penetrantes de un genio pictórico.
El proceso de autoconocerse e integrarse (y, también, hacerlo con los demás) debe iniciarse con una franca mirada a la esencia personal y a la social, a la ajena. Esta, aparentemente lejana, termina siendo tan completa y contradictoria como la nuestra propia.
Las obras de Picasso, como las constituidas en el período azul, remarcan la entereza de la naturaleza humana, incluso cuando el desequilibrio y las emociones funestas hacen sentir el ser humano desvalido, incompleto.
La vida, como experiencia sin entrenamiento previo, confiere una satisfactoria sensación de ligereza en el hombre, siempre que éste sea capaz de advertir que, más allá de las rigideces impuestas socialmente, la esencia personal se mantiene intacta a pesar de las variaciones y de las incertidumbres del entorno. Como en La mujer de la cofia (París, 1901), el fondo de nuestra puesta en escena puede elidirse.
Recuperando a Milan Kundera (1984), si nos entrenamos a transitar por la vida con levedad, integrando las emociones y desvinculando la esencia personal del contexto, »el hombre se volverá más ligero que el aire, volará hacia lo alto, […] se distanciará de la tierra, de su ser terrenal […] (hasta que) sus movimientos sean tan libres como insignificantes».
Zambullirnos en el extraordinario legado de Picasso es una excelente manera de iniciarse en el arte de la ligereza. En toda obra del pintor, seguro, reconoceremos algún matiz que nos resulte propio. Tal vez, incluso, nos reencontraremos con la parte más íntima y vulnerable que hace tiempo que evitamos confrontar.
Clara Castro Serra
Referencias
Gual, M.; Vallès, E. (2014). Guia de la col·lecció. Museu Picasso. ISBN: 9788494231957
Institució de les Lletres Catalanes. (2017). Josep Palau i Fabre: L’home és un animal que es busca. Generalitat de Catalunya, Institució de les Lletres Catalanes, Fundació Palau.
Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana. (2001). Caràcters. Núm. 14: València
Kundera, M. (1992). La insoportable levedad del ser. Editorial RBA: Barclona. ISBN 9788447300044
Vallès, E. (2019). Palau i Fabre: art, literatura i vida al Picasso blau. Projecte traces UAB: Barcelona.
Zweig, C.; Abrams, J. (1993). Encuentros con la sombra: El poder del lado oscuro de la naturaleza humana. Editorial Kairós SA. ISBN: 9788472452657
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