Una de las expresiones que más se ha repetido en la última sesión del año ha sido ‘testigo de excepción’. Contar con la presencia de Joan Gaspar Farreras, fundador de la Galería Joan Gaspar e hijo de Joan Gaspar y Elvira Farreras, supone conectar inmediatamente con la historia viva de la Barcelona del siglo XX. Viva, sí, gracias a la memoria prodigiosa de Gaspar, que es capaz de conjurar, en una misma frase, el recuerdo de la forma casual como se originó la idea de una exposición en la Sala Gaspar que terminaría en los libros de historia y la normalidad familiar que se respiraba en casa – normalidad que, como se apuntó, entre tantas otras formas de admiración, suscitaba la más sana de las envidias.

La lectura de las Memorias de Joan Gaspar y Elvira Farreras, pone en evidencia que hablar de la Sala Gaspar es hablar de la historia política, social, artística e intelectual de la ciudad de Barcelona. Desde los encuentros del Club 49 hasta la primera exposición, en 1965 -y, después, el 1956- de la obra de Picasso en la capital catalana, como, después, las de Miró, Chillida o Tàpies, la Sala Gaspar se plantea siempre como punto de encuentro y como centrifugadora cultural (lo que ahora llamamos ‘dinamizadores’) en un momento en que, como observa Juan Gaspar respecto de los móviles y los ordenadores, no había, ni mucho menos, tantas maneras posibles de no hacer nada. La capacidad dinamizadora de la familia Gaspar-Farreras, sin embargo, no toma, según Joan Gaspar, la forma de una militancia; por lo menos, de una militancia directa ya que, en definitiva, la galería era, y tenía que ser, un negocio. Una de las maravillas de la Sala, sin embargo, es la forma en que consigue hacerse sostenible sin renunciar a exponer lo que le interesa, lo que, en última instancia, cree que se ha de exponer, a pesar de las recepciones, a menudo espinosas, del arte de vanguardia. En este sentido, repasar el perfil de las acogidas de ciertas obras y de ciertos autores resulta en la radiografía más bien siniestra de un público poco abierto al arte europeo en general, y a la vanguardia en particular. Gaspar y Farreras evocan una excepción hablando de la exposición que dedican a Picasso en 1960, ‘la de las largas colas’, que, de la aglomeración de gente que asiste, y que hace que se derrumbe el parqué, acaban pidiendo la presencia de la guardia municipal para mantener el orden.
Como se comentó lo largo de la sesión, hacía falta, en las lecturas del club, la perspectiva del galerista, a menudo menospreciada o invisibilizada y, sin embargo, fundamental para la introducción de autores y de obras y por el esfuerzo de legibilización que llevan a cabo. El caso de la Sala Gaspar es, en este sentido, ejemplar: Sala-Isla y Sala-Faro, iluminó el panorama artístico barcelonés durante casi todo un siglo con una luz que, el jueves, se volvía a encender, por momentos, en los ojos de Joan Gaspar.
Este jueves 15 de enero retomamos las sesiones del club después de vacaciones y hablaremos sobre la obra Buffalo Bill Romance, de Carlos Pérez con el escritor Alex Matas. ¡Os esperamos!
Borja Bagunyà
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