Una de las maneras más habituales de pensar sobre una obra o sobre un autor consiste en vincularlos con su entorno, lo que, a menudo, resulta en una reflexión sobre la ciudad en que estas obras fueron producidas. No es una trivialidad, el arte moderno se ha demostrado inseparable del destino de una París o de una Nueva York. Pero ¿qué decimos cuando decimos ciudad? ¿Nos referimos meramente a una organización de espacios y de superficies? ¿O, más bien, apuntamos hacia una secreta cartografía emocional? ¿Hasta qué punto una ciudad está más hecha de palabras – dichas, oídas, repetidas – que de la clase de sitios que alimentan las guías?
Para la segunda sesión del Club de Lectura tuvimos la suerte de contar con la presencia iluminadora de Lolita Bosch, la novela de la que – La família del meu pare (La familia de mi padre) – se plantea, entre tantas otras cosas, como una reflexión sobre la manera en que se construye una ciudad y la manera como nosotros entramos en su historia, que, por definición, ya siempre está en marcha. En el caso de la novela, la historia de la ciudad es, a la vez, la de la propia familia, que se reivindican como inseparables: en el caso de la narradora, la ciudad es la familia. Conocer la una, por lo tanto, es una manera de conocer la otra, lo que acaba pidiendo a la protagonista una mirada doblemente arqueológica: la que rescata la memoria de los monumentos (la palabra de la piedra, por decirlo de alguna manera) y la que se adentra, por medio de entrevistas, conversaciones y lecturas, en los silencios familiares, característicamente femeninos, sobre los que se ha levantado la palabra masculina. Esta palabra masculina es la del mito familiar, la femenina, en cambio, es la de su verdad.
Parque de atraccions del Tibidabo
Hablando de esta relación entre el mito – oficial, público, aristocratizante – y la verdad intrahistórica, íntima, silenciada, la autora hizo referencia a una idea de literatura como milagro (esto es, a esta capacidad inexplicable que tiene la literatura de construir un pequeño mundo infinitamente más comprensible que no el mundo mismo, la capacidad, dice, de oponer una ciudad explicada, en la que nos es posible vivir, en la ciudad efectiva, que no tiene ningun sentido). Aquí es donde apareció esta tercera ciudad de la narradora: la ciudad imaginada – y narrada – por un padre seductor similar al que aparece en Big Fish (2003), de Tim Burton; una ciudad donde la Via Laietana pertenece al César y donde la distinción entre hecho y posibilidad se desdibuja en favor de la estética. Si se quiere, donde la idiotez de la piedra cede el lugar a la belleza – y al sentido – de la fábula.
Maqueta del submarino Ictíneo II diseñado por Narcís Monturiol
Es en la distancia entre una y otra que se sitúa La familia de mi padre para reapropiarse la propia histori. Segurament, porque es aquí, también, donde se sitúa la verdad de toda familia, de toda ciudad.
Borja Bagunyà
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